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Cocotero, Palma de

De origen discutido; unos sostienen que es propia de América y argumentan que en tiempos pretéritos los frutos fueron arrastrados por las aguas de los ríos y llevados al mar; el oleaje más fuerte los trasladó a las costas de África y las islas Filipinas; otros arguyen que es de Asia y se extendió después a las Filipinas, Ceylán, Indonesia y México.


Cultivo de cocotero en la Costa Grande de Guerrero.

A la palmera, los botánicos la clasifican como cocos nucifera de Linneo, de la que derivan las especies cayumanus, dahilí macapuno, limbaón y visalles. Por otra parte es importante señalar que el término cocotero es desconocido, mientras que “coco” es voz aimara de una región entre Bolivia y Perú.

La utilidad del cocotero es variada y múltiple. El de “cuchara” tiene deliciosa agua y exquisita pulpa; cuando está maduro (zocato) la carne deshidratada (copra) se industrializa para extraer aceite que sirve en perfumería, productos de belleza, leche, pastas y dulces. Del árbol se aprovechan las hojas; el hueso (nervadura de la hoja de la palma) sirve para construir redondos o chozas y cercas; el bonote (concha) se quema en los hornos de ladrillo y teja, y la fibra se industrializa.

Según versiones, las primeras siembras de palmeras en nuestro estado las hizo el general Juan Álvarez, en Atoyac, a mediados del siglo antepasado, quien trajo las semillas de un lugar no muy lejano al Puerto de Zihuatanejo. Dicen otros que en las aguas que bañan la barra de Coyuca naufragó un galeón procedente de Filipinas, del cual sobrevivieron José Martha Zúñiga, otro de apellido Guinto y uno más de apellido Balanzar, quienes radicaron en la costa. Tiempo después, José Martha Zúñiga regresó a las Filipinas para traer un cargamento que le encomendó el general Álvarez.

De lo expuesto puede apreciarse que la producción de la oleaginosa tuvo sus inicios en Atoyac, se extendió después a Coyuca, San Jerónimo, Tecpan y Petatlán en la Costa Grande; hacia la Costa Chica, las primeras plantaciones se hacen en San Marcos y Cruz Grande, más tarde en Copala, Azoyú y Cuajinicuilapa. Conviene mencionar que las dos regiones costaneras de Guerrero presentan las tierras idóneas para la cococultura, favoreciendo esta actividad la humedad, el clima y el relieve existentes.

Los frutos de la palmera se dan en racimos que van desde cuatro hasta más de veinte; influye en la calidad del producto la fertilidad de la tierra, las plagas, las enfermedades, la edad y la distancia entre cada palma. La etapa productiva se inicia a los seis u ocho años y termina más o menos a los 60.

En el devenir histórico, los copreros tuvieron que sortear fuertes presiones y dificultades, tanto de los acaparadores y caciques como del gobierno; por ejemplo, los primeros compraban a precios bajos y muchas veces fiado inclusive; al momento del pesaje los engañaban, además les hacían préstamos con elevados intereses o bien les hipotecaban o arrendaban sus parcelas, legal o ilegalmente.

El colmo de los males fue el gravamen predial impuesto por el gobierno de Alejandro Gómez Maganda a los agricultores de la zona costanera, tales factores los obligaron a organizarse en la Unión Regional de Productores de Copra del Estado de Guerrero en 1951, que por cierto llegó a tener, pasado el tiempo, una importante fuerza política y económica en la región, que orilló a ciertos grupos de poder a la disputa de su dominio, dando como resultado la muerte de 35 personas el 1 de septiembre de 1967 (la tristemente célebre “matanza de los copreros”).

En Guerrero, aparte de otras ramas económicas como el sector turismo la cococultura ha contribuido al desarrollo del estado, de ahí que más de 38 mil familias vivan de esa actividad, a pesar de la intencional crisis, provocada o no por las empresas trasnacionales, como Colgate Palmolive, Procter and Gamble, Avon y Mary Kay, que monopolizan la industrialización de las grasas en nuestro mundo globalizado.

(JAL)