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Ing. Fernando Sánchez Garibay

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Alquisiras, Pedro Ascencio

“Existe confusión acerca del nombre de este insurgente. Algunos autores lo llaman Pedro Alquisiras Ascencio y otros aseguran que su nombre fue Pedro de la Ascención Alquisiras, el que sus partidarios y la leyenda popular simplificaron a Pedro Ascencio”. (Enciclopedia de México, pág. 342). Las referencias que existen acerca de Pedro Ascencio Alquisiras se hallan diseminadas en la Gaceta de México (1820–1821), en la Historia de México de Lucas Alamán y en el Cuadro histórico de don Carlos María de Bustamante; por otro lado, en la Galería de indios célebres, del biógrafo e historiador Carrión, ocupa este personaje un lugar distinguido.

Pedro Ascencio Alquisiras fue un guerrillero insurgente de sangre indígena pura, de origen tlahuica, y nacido –de acuerdo a la afirmación del distinguido escritor del Siglo XIX Carlos María de Bustamante– “en el pueblo de Aquitlapan, cerca de Teloloapan” en 1778.


Estatua de Pedro Ascencio Alquisiras en Ixcapuzalco, cabecera del municipio que lleva su nombre.

Lucas Alamán también refiere en sus escritos sobre este guerrillero que Pedro Ascencio “era un indio nativo de un pueblo inmediato a Teloloapan”. Por su parte, el historiador Francisco Sosa relata en un artículo de su autoría que nació en Acuitlapan, Guerrero; sin embargo, existen ensayistas –sobre todo mexiquenses– que aseveran que Pedro Ascencio era originario de Tlatlaya, comunidad del sur del actual estado de México.

Hacia 1819 el movimiento insurgente se había extinguido en casi toda la Nueva España, pues los principales jefes de la Revolución independentista habían muerto o aceptaron, por interés o por miedo, el indulto ofrecido por el gobierno realista y se entregaron. Sólo se mantenía en activo el tenaz insurgente de Tixtla, don Vicente Guerrero. Es entonces cuando empezó a obtener resonantes triunfos en los distritos de Temascaltepec y Sultepec un estratega natural de sorprendente intuición: Pedro Ascencio Alquisiras, a quien algunos autores, como el historiador Alfonso Toro, denominan Pedro Ascencio de Alquisiras.

Este insurgente comenzó a militar en las huestes insurreccionales por el año de 1811, primero bajo las órdenes de José María López Rayón, quien lo hizo capitán de Caballería, y luego, de 1814 a 1816, a las órdenes del famoso guerrillero Vicente Vargas; no obstante, fue hasta 1818, bajo el mando de Vicente Guerrero, cuando se manifestó como un gran caudillo revolucionario. Con Guerrero participó Pedro Ascencio en la toma de Coyuca, Ajuchitlán y muchas otras posiciones del sur, acciones en las que se distinguió tanto que recibió otros ascensos militares.

El investigador Sergio Schmucler Rosenberg dice respecto a este guerrillero lo siguiente: “Pedro Ascencio no tenía vocación para actuar en cuerpos de ejército tradicionalmente organizados, fue por ello que pidió a don Vicente lo dejara marchar con un grupo de hombres hacia los pueblos que aún hoy lo recuerdan por sus valerosas acciones: Amatepec, Zacualpan, Lubiana, Almoloya de Alquisiras, Texcaltitlán, Tejupilco y Sultepec”.

Una vez ubicado en su propio territorio logró establecer una formidable guerrilla con el apoyo casi total de la masa campesina local. La gente de Pedro Ascencio labraba la tierra con el fusil al hombro y cuando pasaba por el lugar una partida realista dejaban los aperos agrícolas y, organizados en pelotones, les caían encima con impresionante velocidad.

En la estructura interna de la guerrilla tanto hombres como mujeres tenían su propia tarea: unos fabricaban pólvora, otros preparaban los cartuchos, otros más tallaban lanzas o bien funcionaban como correos. Todo ello sumado al trabajo de la tierra y a la búsqueda de alimentos en general. Se cuenta que lo más sobresaliente de estos guerrilleros campesinos era su disciplina y organización.

El centro de operaciones, y de hecho el cuartel principal de Pedro Ascencio y sus huestes, estaba ubicado en la zona del cerro de La Goleta, de donde salían a incursionar por Taxco, Iguala y otros puntos, causando grandes estragos a los realistas, que en vano inventaron todo género de recursos para hacerles sucumbir. Su valor, su constancia, su inquebrantable fe en la causa que sostenían y la energía suprema que en todos sus actos demostraban les hicieron por aquella época alcanzar la mayor notoriedad.

La importancia –en el orden militar– que tuvieron las guerrillas del célebre caudillo indígena se debió entre otras cosas a que impidió todo intento de las fuerzas realistas por acabar con el ejército insurgente de Vicente Guerrero, apostado en los picachos y barrancas de la Sierra Madre del Sur, desde Ajuchitlán hasta Coronillas.

Por otro lado, es indiscutible que la guerrilla de Pedro Ascencio –que aplicó tantos y tan efectivos golpes a los realistas– fue una carta fundamental en la consecución de la Independencia de México, a pesar de que escritores contemporáneos como el ultraconservador y europeizante Lucas Alamán afirmaran en sus textos que las guerrillas de Ascencio sólo eran insignificantes grupos de indios forajidos; esta subestimación a Pedro Ascencio y sus hombres le costó muy caro al gobierno virreinal.

A principios de 1820, con la finalidad de preparar el terreno para la campaña de Iturbide contra Guerrero, el virrey Apodaca mandó al comandante Armijo, reforzado con el batallón de Juan Rafols, a que eliminara por medio del hambre a los grupos guerrilleros instalados en los terrenos dominados por Pedro Ascencio. Mil hombres se internaron en la sierra, destruyendo los plantíos que habían labrado los campesinos de Ascencio y tomaron furiosas represalias contra los poblados sospechosos de apoyar a los insurrectos; sin embargo, el conjunto de las guerrillas encerró a los realistas y, en brava acción, lograron infligirles una derrota total, castigando la salvaje acción llevada a cabo por Armijo.

Posteriormente Rafols, quien se retiró hasta Toluca para solicitar refuerzos, vuelve a atacar a las huestes de Pedro Ascencio con tropas escogidas de los batallones de Toluca y Querétaro, pero los insurgentes los hacen pedazos otra vez en Cerromel.

El arrojo y la eficacia de las guerrillas independentistas en la región del sur estuvieron a punto de convertir esta zona de la Nueva España en el cementerio del ejército virreinal. Armijo –comisionado para pacificar esta área rebelde “en unas cuantas semanas”– en lugar de anuncios victoriosos sólo continuaba pidiendo y pidiendo refuerzos, hasta que el virrey Apodaca lo destituyó por “inútil”.

Entre otras acciones de importancia desarrolladas por Pedro Ascencio se encuentra el triunfo obtenido el 8 de mayo de 1820 frente a una sección de tropas recién llegadas de España, comandadas por el teniente coronel Ramón Domínguez. Este se quedó sorprendido por el valor y la sangre fría del guerrillero; lo impresionó, asimismo, la pericia militar demostrada en la batalla por el caudillo indígena.

Cuando Iturbide emprendió su campaña contra Guerrero, sus fuerzas tuvieron que pasar necesariamente por la zona rondada por Ascencio y sus hombres; éste, que seguía atentamente los pasos del enemigo, cayó con sus tropas sobre la retaguardia del ejército realista, comandado por el capitán José María González, el 28 de diciembre de 1820. Sorprendidos por el ataque, los realistas sólo pensaron en huir, pero no lo lograron, y en el campo de batalla quedaron los cadáveres del capitán González y los 180 soldados que conformaban el total de la retaguardia.

Cuando Iturbide salió de México, a fines de noviembre de 1820, nombrado Comandante General del Sur, uno de sus propósitos era vencer a Pedro Ascencio militarmente, pero como vio que la empresa era más difícil de lo esperado dispuso los medios para atraerle por medio de un indulto; todo fue en vano porque el guerrillero rechazó el ofrecimiento. Entonces se resolvió a luchar con él, lo atacó en el cerro de San Vicente y fue derrotado por Pedro Ascencio. Igual descalabro sufrió nuevamente el famoso coronel Rafols, quien quiso vengar la derrota sufrida por Iturbide pocos días antes. La misma suerte, pues, corrieron cuantos intentaron aniquilar a Pedro Ascencio y a sus huestes.

El enfrentamiento fallido de Iturbide con los insurgentes de Pedro Ascencio, en el cual además el futuro emperador de México estuvo a punto de ser apresado, hizo comprender a don Agustín que no podría acabar con la insurrección; esta situación provocó que ya no atacara más a los insurgentes, se replegara al vallecito de Acatempan y después a Teloloapan, para de ahí entablar negociaciones secretas con Guerrero, con quien habría de iniciar el proceso de liberación definitiva del país.

En una carta de Iturbide enviada por éste al virrey el 11 de enero de 1821 don Agustín describe con precisión las estrategias guerrilleras de Pedro Ascencio: “No desisto del proyecto de darle un golpe de sorpresa, aunque tengo casi perdidas las esperanzas porque vive con una precaución suma: muda con frecuencia de posición, muchas veces dos o tres ocasiones en la noche. Se me ha asegurado que pasa lista a diversas horas y cuando le falta un solo indio deja aquel sitio temiendo que se haya separado para dar aviso, y que en sus marchas sigue un sistema igual, por manera que si saliendo con dirección a Sultepec le falta algún soldado, sobre la marcha muda de rumbo, recelando que el desertor pueda comunicarlo”.


Las acciones guerrilleras –generalmente exitosas– de Pedro Ascencio provocaban que éste fuera descrito por los realistas como el personaje más sombrío y terrible que pueda imaginarse; sus hazañas eran adulteradas con el mayor dolo, pintando al guerrillero como un hombre sanguinario que degollaba ancianos, mujeres y niños; un saqueador de templos, que ahorcaba a los sacerdotes; un violador que mancillaba a las doncellas y las entregaba después a la ferocidad de sus hombres. Todo ello hacía que el vulgo creyera que Pedro Ascencio era un verdadero Atila indígena; sin embargo, éste empezó a disfrutar entre la población una peligrosa popularidad y en vez de ser odiado, como los realistas esperaban, era temido y respetado.

La narración de la vida de Pedro Ascencio llegó a ser una leyenda popular; el día en que La Gaceta de México se refería a alguna de sus proezas, o bien se publicaba en este periódico algún parte de los jefes realistas que lo perseguían, ese día se agotaban todos los ejemplares; se hablaba de él en todos los círculos y en todas las clases sociales.

El romancesco modo con el que referían las proezas de Pedro Ascencio tenía, por cierto, mucha influencia en la popularidad de que disfrutaba este guerrillero; se sabían perfectamente en la capital de la Nueva España los resultados de sus acciones militares y de todas las disposiciones que tomaba y, como es natural, por ellas se deducían sus talentos políticos y militares y la importancia de su permanencia en el sur, a pesar de lo despreciable que lo pintaban los realistas.

No obstante, estaba escrito que el bravo caudillo indígena había de sucumbir a manos de sus enemigos antes de ver consumada la independencia de la patria. Tras los espléndidos triunfos obtenidos por Ascencio, la hora del infortunio llegó para él.

Al saber Pedro Ascencio que el realista Márquez había salido de Cuernavaca para Acapulco, con las mejores tropas y recursos que en el primer punto existían quiso aprovechar esta circunstancia para dar un golpe seguro a Tetecala y Cuernavaca; para ello marchó con 800 hombres sobre la primera ciudad. El criollo José Pérez Palacios era su segundo en el mando.

Cuando se supo en Tetecala la proximidad de Pedro Ascencio y sus hombres, Dionisio Boneta, el comandante realista de esa población, pidió auxilio al comandante de Cuernavaca –un individuo llamado Huber–, haciéndole saber que sucumbiría si no le prestaban ayuda. El tal Huber, al parecer, no tenía tropas suficientes ni para defender adecuadamente la plaza de Cuernavaca y en tan críticas circunstancias recurrió a don Javier del Yermo, dueño de la Hacienda de San Gabriel, pidiéndole en nombre del Rey que con los dependientes y mozos de la hacienda, montados y armados, le auxiliasen; así se hizo y el comandante Huber, con toda esa fuerza, la que pudo reunir en Cuernavaca, más los urbanos de Huitzuco y Tepecoacuilco, marchó para Tetecala a enfrentar a los guerrilleros de Pedro Ascencio,

Alamán cuenta que, entre tanto, Pedro Ascencio había llegado al frente de esa plaza el 21 de junio de 1821 exigiendo su rendición; sin embargo, los defensores no aceptaron entregarse y se desató el asalto. Tres veces los insurgentes penetraron hasta las calles céntricas de la población y otras tantas fueron rechazados; llegó la noche, pero el fuego cruzado continuaba tenazmente hasta que a las 22:00 horas Pedro Ascencio se retiró a las haciendas de Miacatlán y del Charco, dejando a la vista de Tetecala una partida de observación en el cerro de la Cruz.


“En el CCXXIII aniversario de su natalicio, pueblo y gobierno rinden homenaje al último caudillo de la Guerra de Independencia, que con orgullo da nombre a este municipio, Ixcapuzalco, Gro. 29 de junio de 2002.”

Amaneció el día siguiente y Pedro Ascencio –continúa el relato de Alamán– volvió a emprender con todo ardor el asalto a la plaza; después de un ligero combate que le valió apoderarse a viva fuerza de algunas casas cercanas al zócalo de Tetecala el jefe guerrillero recibió la noticia de que el comandante Huber y su contingente armado se dirigía en auxilio de los sitiados. Ascencio les sale al encuentro con un pequeño cuerpo de caballería y algunos hombres de a pie, encontrándose en un paraje llamado Milpillas, y se acometieron con tal violencia que nadie tuvo tiempo de hacer uso de las armas de fuego, empeñándose el combate con armas blancas.

La lucha –describe Alamán– fue horrible y sangrienta; hombres y caballos caían macheteados y a lanzadas en medio de la confusión de la bárbara matanza; en un momento de la batalla, Pedro Ascencio se aleja 200 varas, seguido por sus enemigos, quienes lo rodean en número de 13 y lo atacan desesperadamente.

Entre los dependientes de la hacienda de San Gabriel iba un español llamado Francisco Aguirre, quien sigilosamente se acercó a Pedro Ascencio y lo anduvo siguiendo largo rato, colocándose siempre a la espalda del jefe guerrillero, y en uno de los momentos en que Pedro Ascencio era atacado afanosamente por el frente, por varios adversarios, Aguirre tuvo la sangre fría de levantar lentamente su machete descargándolo sobre la cabeza del caudillo indígena, matándolo en el acto, situación que motivó la huida desordenada de sus hombres.

Enseguida, los vencedores le cortaron la cabeza y se la enviaron a Armijo a Cuernavaca, en donde éste y el comandante Huber la mandaron exhibir en un paraje público, con un lacónica inscripción arriba de ella que decía simplemente: “Cabeza de Pedro Ascencio”.

Los restos mortales de Pedro Ascencio se encuentran en Miaycuamantitlán, Mazatepec, como lo informa el jefe político de la región, en el año de 1823, en un documento que se localiza en el Archivo Histórico del estado de México.

Es de mencionarse que el nombre de este héroe patrio está inscrito en letras de oro en el Palacio Legislativo Nacional y que en su honor fue constituido en el estado de Guerrero, el 29 de noviembre de 1890, el municipio de Pedro Ascencio Alquisiras, ubicado en la región norte de nuestra entidad.

No queremos concluir la breve reseña sobre este ejemplar guerrillero indígena sin hacer notar que Pedro Ascencio no sólo rechazó el indulto que le ofrecía Iturbide, sino que se oponía a toda negociación con él como representante del realismo; su inalterable posición fue el motivo por el cual se le ocultaron, en sus inicios, las comunicaciones epistolares entre Iturbide y Guerrero, que pretendían en realidad –con el desconocimiento de don Vicente– la independencia política de México, pero sin cambios generales en la estructura social del nuevo país que afectaran a las altas clases sociales que en la Colonia tenían todo y componían el vértice de la pirámide poblacional de la Nueva España y, por otro lado, que beneficiaran a la población desprotegida de la Nueva España, que representaba el 90% del total.

Héctor O. Sumano Magadán, escritor mexiquense, nos dice sobre Pedro Ascencio lo siguiente: “De los hombres que dedicaron su vida a la lucha de independencia de México de una manera honrada y libertaria, oponiéndose a toda forma de absolutismo, y a quien se le rinde un homenaje permanente, es Pedro Ascencio de Alquisiras, ya que sus hechos históricos mantuvieron un vigoroso espíritu de nacionalidad, que en la actualidad robustecen el ánimo popular de seguir dando la batalla a la reacción, con la bandera de Miguel Hidalgo y Costilla, de Independencia Nacional y buen Gobierno”.

Don Guillermo Prieto escribió dos largos corridos, en la segunda mitad del Siglo XIX, titulados Romance de Pedro Ascencio y Romance de los Adictos y de la Cueva del Diablo, que se publicaron en el Romancero Nacional, con prólogo de Ignacio Manuel Altamirano, los cuales describen claramente al guerrillero; uno lo hace en sus inicios y traza el perfil físico de nuestro personaje, y en el otro, a medio corrido se cuenta la reacción de Iturbide ante las proezas militares del caudillo indígena. Se transcriben los dos párrafos mencionados:

Lacio cabello, alta frente
moreno, los ojos negros
flaco, nervudo, expedito,
el cuerpo más bien pequeño,
pero soberbio y erguido
era el bravo de Pedro Ascencio

Oyendo de los de Ascencio
los vítores y las dianas.
La nueva sabe Iturbide,
y ocultando la desgracia,
a su secretario dicta,
grave y tranquilo, dos cartas.
En la una le desfigura
los sucesos a Apodaca
diciendo que la victoria
himnos en su campo canta.
En otra, invita a Guerrero
a tratarse de palabra
jurando que todo cede
en honra y bien de la Patria...

 (BM/FLE)