El valle de Iguala es típico, puede servir de ejemplo a la definición de valle que dan los tratados elementales de geografía: es un terreno plano encerrado en un cinturón de montañas. Para salir de él o para entrar por el lado norte –antes de la construcción del ferrocarril– había que subir y bajar la cuesta del Platanillo.
Cuando se trató de construir la vía férrea de Iguala se buscó un lugar a propósito para entrar en el valle, evitando cuestas empinadas como la mencionada. Los ingenieros hallaron lo que buscaban: una hendidura, una arruga del terreno llamada el Cañón de la Mano.
Entre los cerros que ciñen el valle hay dos que dejan entre sí un hueco, una grieta larga y profundísima, en cuyo lecho corre un arroyo de caudal exiguo al menos durante la mayor parte del año. Se hicieron obras encaminadas a arrojar las aguas hacia un lado del cañón y en el otro lado se construyó el viaducto.
Cuando el viajero penetra en el cañón comienza a recorrer un dilatado y tortuoso callejón que podría tener una longitud de 5 km. En el fondo ve a un lado las aguas del arroyo y al otro el viaducto por donde corría el tren; a derecha e izquierda ve dos enormes acantilados, son las masas que forman el callejón y que allí están labrados a plomo, como gigantescos muros, muy altos; y más allá del borde de los muros aparece un jirón de cielo claro, cielo suriano, de un purísimo azul como el zafiro.
(Esta entrada, en lo fundamental, fue elaborada con párrafos de la obra Historia y paisajes morelenses, publicada en 1924, del escritor y maestro Miguel Salinas).
(FMVH)