Por la leyenda sabemos que, mucho antes de ser poblana, fue acapulqueña.
Se sabe con certeza que había una Feria Anual del Pacífico, y que en 1624 ancló en las hermosas y mansas aguas del Puerto de Acapulco una nao que procedía de Manila con cargamento de productos exóticos muy demandados en los mercados de la Nueva España. De la misma, bajó a tierra una bella esclava oriental llamada Mirrha, cuyo nombre significaba amargura, causando, con su impactante belleza, el asombro general; más tarde se supo que la hermosa oriental, de apenas dieciocho años de edad, provenía de cuna real y que su llegada a las playas de Acapulco se debió a la profecía de que en el lugar opuesto al Oriente sería bienaventurada.
En Delhi, capital del Gran Mongol, Mirrha vio la primera luz en 1606; se dice que de regreso a Manila la nao donde ella viajaba fue interceptada y saqueada por un buque corsario y tomada como trofeo complementario; la vendieron a un navegante y comerciante portugués que cubría la ruta a Acapulco y que por extraña coincidencia la trajo de nuevo a estas tierras.
El capitán de las fuerzas virreinales, don Miguel de Sosa, estaba adscrito a la ciudad de Puebla; en Acapulco disfrutaba la Feria del Pacífico, llegó a sus oídos la conmovedora historia de la bella oriental, entusiasmado, la compró al comerciante lusitano; la condujo, entre los allí presentes, para hacerles del conocimiento que por el solo hecho de pisar estas tierras adquiría su libertad. La llevó a Puebla y la leyenda creció hasta llegar a nosotros.
Es oportuno destacar su vestido: ancha falda carmesí, camisa blanca escotada y un rojo listón de seda que ceñía sus gruesas trenzas; llevaba adornos de chaquira. En los atuendos actuales impera el tono rojo para la falda y la blusa.
(JMLV/JAL)