El siguiente texto no pretende ser una relación completa de todo lo escrito como resultado del desempeño de la antropología en esta entidad. Únicamente se han seleccionado obras clásicas, monográficas y compilatorias, además de hechos y ciertos eventos que de manera cronológica narran la evolución de los estudios que se han realizado en el territorio guerrerense bajo el enfoque de la disciplina antropológica y aquellas ramas afines y justificadamente complementarias. La gran cantidad de artículos y ensayos dispersos en revistas y publicaciones no fue considerada por esta vez dado el carácter de la narración.
Un intento de conformar una bibliografía completa al respecto fue editado en 1987 y su actualización se detuvo en ese momento, mas no así la producción resultante de las investigaciones que en este particular relato hemos querido dejar consignada. Se prescindió de citar tesis no publicadas por los condicionamientos a que están sujetas para su consulta; las obras en otros idiomas tampoco han sido reseñadas, a excepción de la de Schultze–Jena, quien fue el primer antropólogo que se introdujo al estado al frente de una expedición científica atinadamente planeada. La intención es presentar únicamente una amplia visión para informar al lector y despertar su curiosidad sobre este campo de estudio por demás interesante.
Panorama histórico.
La región de México localizada en el extremo sur de su territorio había sido objeto de variadas apreciaciones que contribuían históricamente a alimentar toda una leyenda de potenciales riquezas, aislamiento, incomunicación, rebeldía y –sobre todo– de inseguridad y violencia para muchos de sus descriptores. Sin embargo, esas mismas incógnitas habrían despertado un marcado interés de parte de emergentes y temerarios estudiosos cuyos testimonios han logrado conformar a través del tiempo –y sobre todo en las últimas décadas– un ya valioso bagaje de conocimientos antropológicos sobre algunas de las culturas asentadas en este contrastante y agreste paisaje geográfico que se diluye gradualmente hasta las arenosas playas del océano Pacífico.
Antes de configurarse la curiosidad metodológica y sistemática de la antropología las primeras referencias sobre el contexto geográfico y el carácter o naturaleza de los habitantes del estado de Guerrero fueron las provenientes de conquistadores, visitadores, religiosos, exploradores, viajeros y cronistas que cruzaron su territorio por diversas razones y derroteros. Entre los primeros descriptores, sólo a manera de ejemplo, están los autores anónimos de la Summa de visitas y los rubricantes de los Papeles de la Nueva España o “relaciones geográficas” editados por don Francisco del Paso y Troncoso en 1905 y 1906 y que, junto con su obra Epistolario de la Nueva España 1505–1818 proporcionan una amplia visión no sólo del estado, sino de varias regiones del país.
Del mismo carácter son la Descripción del arzobispado de México hecha en 1570 y otros documentos y la Relación de los obispados de Tlaxcala, Michoacán y otros lugares del Siglo XVI, editados por don Luis García Pimentel en 1897 y 1904, respectivamente. Entre estas obras, aunque no muy convencidos de la veracidad de sus datos, los etnohistoriadores agregarían Theatro americano. Descripción general de los reynos y provincias de la Nueva España y sus jurisdicciones de Joseph Antonio de Villa–Señor y Sánchez; menciona varias jurisdicciones de Guerrero y fue impresa en 1746–1748.
Todos estos documentos mencionados están referidos a los primeros siglos de la dominación española y deben considerarse como otras tantas “relaciones geográficas”, mismas que respondían a los requerimientos de la metrópoli para conocer sus expansiones o colonias en el nuevo mundo. Un buen número de estos documentos fueron localizados y publicados en épocas subsecuentes y contemporáneas por otros estudiosos y contribuyeron a cimentar el conocimiento de la etnohistoria de Guerrero.
Otro tipo de cronistas o viajeros, Alexander von Humboldt entre los más destacados, escribieron sus observaciones. Una de las crónicas más drásticas provenía de un historiador español avecindado en nuestro país en el Siglo XIX, que decía:
“Tierra Caliente, provincia del Sur, o estado de Guerrero, pues con los tres nombres se designa el punto que nos ocupa, es un oasis y un desierto, pues participa de la atractiva belleza del primero y de la triste soledad que marca el aspecto del segundo...
“La gente que habita el sur trae su origen de la mezcla de la raza india primitiva y de la negra; su color, generalmente hablando, es moreno oscuro, toscas sus facciones y el cabello muy áspero, abundan los de cutis cetrino y es muy considerable el número de pintos...”
Otros observadores, en épocas posteriores, vislumbraban –desde las fértiles planicies del valle del Balsas– las potencialidades de sus grandes montuosidades magníficamente arboladas y de otros recursos relevantes:
“Una excursión por estos grandes bosques, a lo largo de las cumbres debería tentar a los cazadores, los arqueólogos, los mineros. Los cazadores encontrarían ciervos de cola blanca, jabalíes, gatos salvajes.... Los arqueólogos explorarían las cavernas... donde hay osarios de razas desaparecidas, ídolos, cerámica, utensilios indígenas. En cuanto a los mineros, constatarían la presencia del oro en la grava o arena de casi todos los barrancos y buscarían río arriba las afloraciones de cuarzo...”, decía Louis Lejeune, un escritor, minero y viajero francés en 1897.
Después de este tipo de testimonios la primera referencia histórica de carácter incipientemente antropológico para el estado de Guerrero se da a conocer el 18 de agosto de 1897 en el periódico El Imparcial, de la Ciudad de México, con la nota “Chilpancingo. Descubrimiento de una vieja ciudad mexicana”, que se refería al hallazgo de las ruinas de la ciudad mítica de Quechomictlipan (“Omitlán”), resultado de las correrías de un inquieto ingeniero minero estadounidense llamado William Niven. Ese mismo año la noticia se dio a conocer tanto en Europa como en Estados Unidos.
Niven realizó varios de sus hallazgos en la parte central del estado; siguiendo el curso del cañón del Zopilote hizo excavaciones en lugares como Xalitla, Xochipala, Yextla, El Naranjo, Zumpango del Río y hasta en lugares tan occidentales como Placeres del Oro (Coyuca de Catalán), donde descubrió un interesante sepulcro prehispánico. Las evidencias de sus estudios y descubrimientos se publicaron en inglés en 1896 y 1897, pero las notas de sus diarios de campo permanecen inéditas en el Museo de Historia Natural de Nueva York.
La descripción del sepulcro de Placeres del Oro sería hecha posteriormente en 1911 por Herbert Spinden en una publicación estadounidense. Aún con el paso del tiempo, los escritos de Niven son referidos como fuente en los más recientes estudios de la arqueología de Guerrero.
Las actividades de Niven no fueron muy apreciadas a nivel local por las autoridades estatales de la época, pues además de sus excursiones arqueológicas en sus diversas travesías recabó y difundió la leyenda de que los restos del último emperador azteca, Cuauhtémoc, yacían en algún lugar del norte o centro del estado. Para el gobierno estatal de 1897 estas “supercherías históricas” tanto del norteamericano como de otros personajes locales no merecieron ninguna consideración de credibilidad y tanto Niven con su aportación a la arqueología guerrerense como los difusores de la versión desaparecieron del escenario historiográfico nacional. Debería de pasar más de medio siglo para que la leyenda del sepulcro de Cuauhtémoc volviera a cobrar vida.
Otras menciones tempranas sobre el estado de Guerrero se refieren, una de ellas, a la descripción del “monolito de Huitzuco (estado de Guerrero, distrito de Iguala)” hecha por JM de la Fuente de una pieza de roca basáltica completamente pulida y labrada a escuadra. El autor admite que su descripción e interpretación del monolito deberían ser corroboradas por verdaderos especialistas y la publica en las Memorias y Revista de la Sociedad Científica “Antonio Alzate”, en 1900.
Efectivamente, esta “lápida de Huitzuco” fue reconocida nada menos que por el destacado americanista alemán Eduard G. Seler, que vio en ella su origen mexica a pesar de haberse encontrado en una región en la que se hablaban otros idiomas, pero dentro de un corredor comercial y militar azteca que pasaba por la cuenca del río Balsas hasta llegar a Acapulco y Tierra Caliente. La lápida representa en su parte superior la figura en relieve de “un personaje masculino con los brazos y las manos abiertos, como suelen representarse los dioses en los códices, cuando no portan en las manos ningún atributo o instrumento”, y así va describiendo e interpretando todos los detalles de los relieves.