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Aguirre Beltrán, Gonzalo

Antropólogo y médico. Nació en Tlacotalpan, Veracruz, el 20 de enero de 1908; murió en Jalapa, capital del estado, el 7 de febrero de 1996. A los 23 años terminó la carrera de médico cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México, practicó su profesión en Huatusco, región de su estado natal, donde llegó a desempeñar la dirección de la Unidad Sanitaria.

En 1941 pasó a radicar a la Ciudad de México; trabajó como biólogo en el Departamento Demográfico de la Secretaría de Gobernación, donde entabló una fructífera amistad con Manuel Gamio, pionero de la antropología mexicana. En 1945 estudió antropología en la Northwestern University en Evanston, Illinois, Estados Unidos, bajo la dirección del africanista Melville Herskovits y del etnopsicoanalista Irving Halowell.

Desempeñó varios cargos públicos y académicos. Fue director del Centro Coordinador Tzetal–tzoltzil (1951); subdirector del Instituto Nacional Indigenista (1952); rector de la Universidad de Veracruz (1956–1963); diputado federal (1961–1964); director del Instituto Indigenista Interamericano (1966); subsecretario de Cultura Popular (1970–1974); y, director del INI (1971–1972). A partir de 1976 polemizó contra el cambio de la orientación indigenista del Estado mexicano y el desarrollismo.

En 1940 publicó su primer libro, El señorío de Cuauhtochco (que él costeó de su propio peculio); este estudio sobre la dominación del indio, los cambios culturales y la organización sociopolítica local imprimiría a su vida un nuevo rumbo, que lo conduciría a profundizar sobre las coordenadas indigenista y afroamericanista.

A decir verdad, toda su obra de escritor e investigador (una veintena de libros y tres centenares de artículos) gira en torno de estas dos complejas temáticas. Destacan los libros siguientes: La población negra de México 1519–1810 (1946); El proceso de aculturación (1957); Cuijla: esbozo etnográfico de un pueblo negro (1958); Formas de gobierno indígena (1963); Medicina y magia (1963); Regiones de refugio (1967); Teoría y práctica de la educación indígena (1973), y Zongolica: encuentro de dioses y santos patronos (1986).

La aportación del doctor Aguirre Beltrán a la cuestión de la etnohistoria nacional trascendió los límites temporales de su propia génesis y evolución para convertirse en el ejemplo más acabado e influyente con que hasta ahora cuenta la antropología mexicana; tanto en el campo del indigenismo como del afroamericanismo, aparece como un brillante cultivador en América Latina. A sus ojos, la reivindicación de las culturas indígena y africana no puede entenderse sino en el contexto de su contribución a la cultura nacional mestiza considerada como un todo orgánico.

Debido a su fragmentación étnica de origen, su movilidad geográfica y su participación directa y múltiple en la economía de los colonizadores, la población africana no conservó ni recreó sistemas teórico–prácticos que pudieran manifestarse de una forma directa, por ejemplo, en una medicina o terapéutica específica. El caudal africano, en vez de tomar un cauce propio, enriqueció el de la receptiva cultural mestiza, que ya desde el Siglo XVII anunciaba su vigor y expansión.

En cambio, el segmento indígena, aunque recibió el impacto de los sistemas europeos, mantuvo y refuncionalizó los propios a causa de su reducción territorial y segregación socioeconómica, y también merced al desarrollo de mecanismos culturales de autodefensa. Mediante el examen pormenorizado de casos llevados ante la Inquisición, Aguirre Beltrán dejó establecida la naturaleza distintiva y homeostática de los grupos indocoloniales. Este enunciado llevaría a autores como Eric Wolf a formular modelos de autorreproducción cultural como, por ejemplo, el de las comunidades corporativas.

En su obra sobre la población negra de México recomendó la investigación de comunidades como factor indispensable para el conocimiento de las formas de vida de los descendientes de africanos. Su libro Cuijla, resultado de un estudio de campo, fue completado por una investigación de archivo que permitió reconstruir la historia del pueblo afromestizo de Cuajinicuilapa, Guerrero. Este fue poblado originalmente por indígenas, pero a la región fueron llevados trabajadores negros esclavos en diversas épocas de la Colonia para labores como capataces, recogedores de tributos, trapicheros, vaqueros, etc.

Encontró el autor que los pobladores fundamentales que dejaron descendientes fueron antes que nada los cimarrones. “Al incremento natural de estos negros vaqueros –escribe– es necesario añadir la agregación de negros cimarrones, esto es, de negros huidos de sus amos, procedentes del puerto de Huatulco y de los ingenios de Atlixco, Puebla. Fueron los cimarrones de Huatulco los más perseguidos y con ellos quienes en mayor número buscaron el protector aislamiento de lugares como Cuijla” (Cuajinicuilapa).

El autor afirma que “los núcleos negros que en México todavía pueden ser considerados como tales derivan principalmente de los cimarrones que reaccionaron contra la esclavitud y se mantuvieron en libertad gracias a la creación de un ethos violento y agresivo en su cultura que hizo de sus individuos sujetos temibles”.

Cuijla: esbozo etnográfico de un pueblo negro trata sobre los aspectos de una sociedad pequeña que en el momento en que se estudió –finales de los años 50– mantenía muy pocos contactos con el resto del país debido a la falta de comunicación. Merced a ello, la mayor parte de sus costumbres y tradiciones se mantenían virtualmente puras, tal como existieron hace 300 años. Al reconstruir la historia cuijleña analiza las mezclas de negros con indígenas y europeos y describe la organización social del pueblo, sus trabajos, ritos, creencias y supersticiones, así como la fonética del español en la zona.

Sobre los procesos de integración etnográfica y social en el México del Siglo XIX su tesis es que los negros, junto con los indomestizos, formaron una amalgama biocultural y se integraron a la estructura de clases (ya no de castas) que surgía al volverse extensivo el sistema capitalista; en cambio, los indios, en muchas regiones, no perdieron su condición de casta colonial. Este último punto tendría luego importantes implicaciones en el pensamiento indigenista.

Su prestigio de antropólogo teórico y práctico se manifiesta en multitud de citas y comentarios a sus obras, ya que tres de ellas han adquirido carácter de clásicas sobre el tema. En 1973 se convirtió en el primer receptor del Premio Malinowski, otorgado por la Sociedad Internacional de Antropología Aplicada; luego fue merecedor del Premio Sourasky (1975), de la Medalla Manuel Gamio (1978) y del Premio Nacional de Ciencias Sociales (1979).

(BM)